ACADEMICO PROFESOR DR. ALFREDO E. LARGUIA

Ahora hablaré de mi padre médico académico y comenzaré con las palabras que pronuncié en 1983 en el homenaje que se le brindó en la Maternidad Sardá cuando cumplió los primeros 50 años de médico pediatra.

Como hijo, nada me puede dar mayor satisfacción que contarles a Uds. muy resumidamente su vida como médico, porque como sucede tan frecuentemente, en nuestra forma de vivir, las cosas buenas, los hechos constructivos, los méritos de las personas de bien son los que menos trascienden, los que solo se conocen parcialmente, los que rara vez se comentan.

Alfredo Larguía pertenece a una familia de médicos pediatras. Forma parte de la tercera generación que comienza con Facundo Larguía, distinguidísimo médico y profesor en los años 1900 al que luego sigue Alfredo C. Larguía, mi abuelo, que durante 10 años fue director del Hospital de Niños y además, presidió la Sociedad Argentina de Pediatría.

Así, genéticamente programado, Alfredo Eduardo Larguía, sin sorprender probablemente a nadie, decidió ser médico y luego de cursar su bachillerato en el Colegio Nacional de Bs. Aires, terminó sus estudios universitarios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires el 22 de marzo de 1933, con medalla de oro y 9,65 de promedio de calificaciones. Antes de recibirse Alfredo Larguía fue por concurso practicante mayor y menor durante tres años del Hospital de Clínicas, experiencia que le resultó enriquecedora en su formación integral y sobre todo en amigos médicos de otras disciplinas.

Ni bien recibido, inició su trabajo hospitalario en el Hospital de Niños “Dr. Ricardo Gutiérrez, sala XV con el Profesor Del Carril. Fue médico asistente, médico adjunto, médico agregado y médico de los hospitales. Esta enumeración de cargos corresponde a la carrera hospitalaria, pero lo que pocos saben es que durante esos trece años de notable producción científica, asistencial y docente, Alfredo Larguía, trabajó en forma honoraria. Su primer cargo rentado en el Hospital de Niños fue en 1946, cuando María Marta su hija mayor ya tenía nueve años, yo seis, Alejandro cinco e Isabel dos. Cristina aún no había nacido. Además también en forma honoraria trabajaba en la sección puericultura del Instituto de Maternidad Peralta Ramos. Por las tardes y las noches cuidaba su cada vez más grande clientela particular y cumplía con sus obligaciones de profesor de Biología e inspector de Sanidad escolar.

Como si los días fueran de cuarenta y ocho horas, Alfredo Larguía se las arregla para presentar su tesis de doctorado que gana el Premio Centeno, participa activamente en la docencia en la cátedra de Clínica Pediátrica del Profesor Juan Garrahan y en 1934 publica su libro principal “Deshidratación en Pediatría”, con el que demostró al mundo médico sus condiciones de investigador y pensador progresista y moderno.

Como corolario de todo este dar y trabajar, Alfredo Larguía es nombrado por concurso Jefe de la Sala II del Hospital de Niños en 1958 y Profesor Adjunto de Pediatría y Puericultura en 1959.

Todo hacía pensar que su carrera ya entonces podía considerarse cumplida y que los días podían volver a tener para él 24 horas, pero no fue así. Es elegido presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría, en la Academia Americana de Pediatría alcanza el título de Chairman para esta región de América y acepta el cargo de Jefe del Departamento de Pediatría del Hospital Materno Infantil “Ramón Sardá” en 1968.

Este cargo de Jefe de Departamento puede ahora, después de tantos años, ser considerado como un premio más, pero en ese entonces fue un gran desafío: el desafío de lograr que una experiencia de integración obstétrico-pediátrica en una Maternidad con 6000 partos anuales fuera posible. Y lo fue…

La especialidad Neonatología progresó notablemente y la Residencia Médica de Pediatría del Hospital Sardá reunió las condiciones necesarias para ser considerada universitaria.

Alfredo Larguía publica entonces dos libros que tuvieron amplísima difusión en Argentina y en todo Latinoamérica: “Orientación Diagnóstica y Tratamiento en el Recién Nacido” y “Procedimientos Neonatológicos” esta vez con un nuevo grupo de colaboradores…si por colaboradores se entiende a médicos a los que se les pide, ruega y exige que supervisados y motivados escriban un capítulo, al que luego hay que corregir y casi siempre rescribir.

Pero la carrera sigue…Alfredo Larguía es nombrado Profesor Titular de la cuarta cátedra de Pediatría en 1972 y Presidente del Tribunal de Evaluación Pediátrica: enorme responsabilidad que desde hace 15 años recae en él, en sucesivas reelecciones.
Como epílogo y como hijo: ¡Qué puedo decir de Alfredo Larguía como mi padre!!. A él, quizás demasiado poco, que lo respeto y admiro y que lo quiero. A Uds.: que si respetan, admiran y quieren a sus padres no esperen cincuenta años de su vida profesional para decirlo públicamente.”

Hoy ocho de noviembre de 2005, estas palabras no son más el epílogo de ese homenaje. Hoy me encuentro ante una increíble historia de vida: Alfredo Larguía años más tarde es nombrado académico para suceder al Dr. Carlos Gianantonio. Para mi padre este reconocimiento, el máximo al que se puede aspirar, no significó alcanzar un objetivo sino que representó un nuevo desafío. Uno más sin duda el más importante de su carrera. Mi padre amó a esta Academia y le dedicó hasta su último día todo su esfuerzo expresado en un compromiso total. Soy privilegiado testigo del tiempo que le dedicó con un entusiasmo contagiante, el mismo que lo mantuvo joven cuando otros envejecían. La Sociedad de Pediatría y esta Academia Nacional de Medicina se fusionaron en su mente creativa para producir proyectos que con fuerza inclaudicable llevó adelante. Pero no lo hacía solo. Siempre con sus amigos académicos y del Consejo de Certificación Pediátrica. Puedo decirles que amigos fueron todos. Nunca le escuché criticar o descalificar un colega. Desde su humilde grandeza siempre se abrazó con todos.

Mi padre amó esta Academia y a su gente. Podré ocupar su lugar, pero reemplazarlo nunca.